LA ESMERALDA DE LA DIOSA UMIÑA
En Jocay (Ecuador), en época precolombina se rendía culto a la diosa de la salud, representada por una esmeralda tan grande como un huevo de avestruz que tenía grabada una imagen femenina a la que denominaban Umiña. El santuario de la misma era lugar de peregrinación al que concurrían enfermos de los cuatro puntos cardinales, quienes acudían a buscar remedio a sus males físicos.
Desde tiempos inmemoriales profesaban por esta deidad un hondo fervor y grandísimo respeto; en el templo los sacerdotes atendían a la gente frotando la gran esmeralda sagrada en las partes en que el enfermo indicaba que estaba su malestar, y era creencia que la misma los curaba. Llevaban como ofrenda esmeraldas que daban a los sacerdotes, por lo que la cantidad de piedras era fabulosa.
Cuando llegaron los conquistadores y conocieron la historia, quisieron apoderarse del inmenso tesoro que éstas representaban, pero nada hallaron: las verdes piedras fueron ocultadas en un lugar secreto que nadie reveló pues preferían la muerte a defraudar a la diosa Umiña que protegía su salud.
Otra historia, no ya en los Andes que habitaban los incas sino en México, refiere a que también los aztecas tenían marcado aprecio por esta piedra. Se hacían tallar sortijas de esmeraldas y en los templos dedicados a Quetzalcoatl (la serpiente emplumada) -dios de la atmósfera y de la vida, creador de los hombres, personificador de la Estrella de la Mañana y Señor de la Aurora, deidad civilizadora que enseñó a los hombres la agricultura, la metalurgia y la política- había esmeraldas muy voluminosas con la figura del ídolo tallada en ellas.
Según la mitología, al ser el dios desterrado, partió hacia el exilio y prometió regresar en el futuro, por lo que los aztecas, al ver a los españoles creyeron ver en la figura de su jefe al dios que, fiel a su promesa, regresaba definitivamente acompañado por un séquito.
EL MANTO DE MOCTEZUMA
El emperador azteca Moctezuma poseía un manto tachonado por cinco grandes esmeraldas engarzadas en oro; las mismas representaban la cantidad de siglos que México estuvo dominado por los aztecas. Las tallas representaban diversas figuras: una flor, un pez, un cuerno de caza y dos copas. Arrebatado el manto al gobernante, antes de morir fueron maldecidas por su auténtico dueño quien deseó la desgracia de quienes las poseyeran.
La codicia enloqueció al jefe hispano que arrebató aquel manto y fueron numerosas las muertes que provocó entre sus propios compañeros. Lentamente se iba materializando en hechos la terrible maldición: sucesos negativos se desencadenaron en su vida y comenzó el ocaso de este osado conquistador español.
Es creencia que el uso de esta piedra aumenta la memoria, preserva la salud y que, colocada debajo de la lengua, ayuda a predecir el futuro.
ZAFIROS
Varias civilizaciones atribuyen un origen divino a los zafiros; los aztecas llamaban a esta gema piedra de los dioses y ataban la misma a las armas para asegurar la puntería ya que con ella, según sus creencias, era imposible errar un golpe durante la lucha.
En cuanto a las leyendas referidas a estos hijos del mundo mineral, las hay muy creativas como la que se consigna seguidamente y que procede del continente asiático.
Desde la exótica y lejana isla de Ceylán ha emigrado, difundiéndose por todo el mundo, una antiquísima leyenda que nos habla sobre el origen del zafiro, piedra preciosa de alto valor tanto en orfebrería como en la industria. Cuenta que hace miles de siglos, Daitya, deidad cingalesa, recorría la isla cuando imprevistamente perdió sus bellísimos ojos azules que fueron a caer en las aguas de un río cantarín.
Allí, los ojos divinos comenzaron a reproducirse por millones, cubriendo el lecho del río con un tapiz pétreo de intenso color añil.
Afortunadamente, Daitya recuperó sus ojos y era tanta su alegría que dejó a los hombres las piedras para que gozaran de su azulada belleza y la recordaran por siempre.
Así nació esta gema que parece reflejar el cielo y posee propiedades mágicas, ya que si se coloca en un recipiente un zafiro junto con una serpiente, dicen los cingaleses que el reptil muere cegado por los destellos de la gema que reproduce la potente mirada de Daitya.
RUBÍES
Este mineral cristalizado, cuyo nombre proviene del latín ruber (rojo) goza de gran preferencia debido a su brillo intenso y a su magnífico color que, como imán, atrae la atención de quienes lo observan. Se cree que cuando se lo lleva como joya, desvía la mala suerte y la enfermedad; además, la gemoterapia le atribuye la propiedad de beneficiar la circulación de la sangre.
Cuenta una leyenda hindú que en la antigüedad vivía un maharajá a quien la vida había colmado de dones; tenía poder, gloria, riquezas fabulosas y el amor de su bellísima esposa.
Para un cumpleaños de la maharaní le obsequió un gran diamante que había heredado de sus padres; lo hizo en contra de los deseos de su hermano que estaba obsesionado por poseer la extraordinaria gema que parecía encenderse con llama suave y azulada cual estrella errante.
La mujer hizo engarzar el diamante y lo llevaba colgado de una gruesa cadena de oro sin quitárselo.
Durante una noche sin luna, el cuñado se introdujo en su alcoba para robarle la joya mientras la maharaní dormía. Intentó desprender la gema de la cadena que le aprisionaba. Como la mujer despertó, el hombre se sintió acorralado y la mató para silenciarla, y huyó con premura.
Al llegar a su habitación y contemplar la gema, vio horrorizado que estaba manchada con sangre. por más que la lavó una y otra vez, el color rojo persistió como muda cadena al crimen que cometiera.
Incapaz de soportar el remordimiento, confesó a un sacerdote todo lo ocurrido; éste le aconsejó que sumergiera la piedra en una fuente cercana al nacimiento del sagrado río Ganges en las alturas del Himalaya.
Allí se dirigió y lavó la piedra en las aguas heladas, pero el color rojo no desapareció; entonces, el desdichado culpable se tendió en el gélido ventisquero para morir.
Al otro día lo encontraron los sacerdotes del templo cercano; en su mano congelada hallaron el portentoso rubí que engarzaron en la cuenca vacía del ojo de una estatua de Siva, el dios de la destrucción.
De esta manera, la historia del príncipe quedó unida a la de la estatua con un vínculo inmortal.
ÁGATAS
De acuerdo con algunas creencias estas piedras combaten el insomnio, aseguran sueños felices y protegen del mal a quienes las usan.
Una leyenda griega milenaria nos cuenta esta historia singular llamada “Las ágatas y sus moradores”. Cada ágata contiene un sátiro, genio que tiene pezuñas y patas de cabra, cola y dos pequeños cuernos, además de un piloso cuerpo de hombre.
Una vez partida la piedra en que vive, se libera, por lo que aquel que tiene una de estas piedras pasa a tener un alegre sátiro como compañero, que actúa como amigo y protector.
De vez en vez suele gastar una broma inocente a su dueño, ya que su genio alegre le impulsa a hacerlo. Mas normalmente lo cuida y trata de que viva feliz.
ÓPALOS
Los ópalos son gemas que siempre han atraído por su luminosidad. No obstante se las considera misteriosas, tal vez por las historias que les han adjudicado distintos pueblos.
En la India, una leyenda revela el origen que le atribuye el hinduismo. Los dioses Brahma, Visnú y Shiva se enamoraron intensamente de una misma mujer y los celos los consumían.
El eterno, lleno de furor por el hecho, decidió castigarlos y para ello los convirtió en un fantasma de las montañas.
Los tres dioses en pugna la amaban tanto que no quisieron perderla en la bruma, y cada uno de ellos le prestó su color: el azul del cielo Brahma; el brillo del oro Visnú, y el rojo intenso del fuego Shiva.
Sucedió que los vientos montañeses llevaban a ese espíritu inocente de aquí para allá sin darle tregua y su estela multicolor constantemente pincelaba el aire. se convirtió entonces en víctima del caprichoso desplazamiento de esas corrientes aéreas que la maltrataban.
El eterno, apiadado de la dama fantasmal, la transformó en la traslúcida piedra que habita en el corazón de las montañas, el ópalo.
Las piedras atraen por su poder de sugestión que es volcado en creencias, supersticiones, relatos y leyendas que perduran desde épocas pretéritas y siembran de fantasía la existencia de muchas personas.
Varias civilizaciones atribuyen un origen divino a los zafiros; los aztecas llamaban a esta gema piedra de los dioses.
Desde tiempos inmemoriales profesaban por esta deidad un hondo fervor y grandísimo respeto.
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